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Úlceras por presión: cómo evitar una amputación
Un equipo multidisciplinar, formado por enfermería, fisioterapia y terapia ocupacional, evitó que un paciente perdiera el pie
Tras una estancia en la UCI de dos meses y medio, Emilio logró salvar su vida, pero su paso por el hospital le provocó cinco úlceras por presión. Una en concreto, la del talón, estuvo a punto de provocarle la amputación del pie. En el centro residencial Sanitas Mevefares se propusieron recuperar ese talón. Tras meses de trabajo, un equipo multidisciplinar logró curar la herida y que Emilio volviera a caminar. Lidia Benito, enfermera del centro, nos explica cómo se desarrolló el proceso.
Cuando a Lidia le preguntas cómo pudo apostar por un caso tan difícil, su respuesta es sencilla: “Qué se podía perder. En el hospital habían dicho que la única salida era amputar el pie. Con eso contábamos, pero y si lográbamos cerrar la úlcera por presión y salvarlo”, declara Lidia Benito.
Ese reto, de conseguirlo, significaría que la vida de Emilio, un excomercial de 83 años, sería completamente distinta. Aumentaría su independencia, podría salir a pasear con su mujer, con sus amigos, solo. No tendría que depender de otra persona para que empujase su silla en todo momento. Los espacios estrechos no se convertirían en lugares inaccesibles. Y las escaleras, en barreras infranqueables. Pequeñas cosas, sí, pero esas pequeñas cosas pueden cambiar tanto una vida…
Pero volvamos a ese día en que Emilio, casado y con siete hijos, ingresa en el centro residencial Sanitas Mevefares de Salamanca.
Esa mañana, en cuanto el equipo se reunió, se expuso su caso. Emilio y su familia venían desencantados. Tras una estancia corta en otro centro, que abandonaron porque no les convencieron sus cuidados, el paciente se había trasladado a Mevefares.
Su historial llenaba hojas y hojas, pero un resumen les situó a todos. Hasta hacía un año su salud había sido buena, pero un día todo se torció, y vaya si se torció…
Emilio tiene cinco úlceras por presión
Hipertenso, con el colesterol alto y diabético, le descubrieron, un cáncer de colon (una parte del intestino grueso). Le operaron, pero tuvieron que cortar tanto que no pudieron unir de nuevo los dos extremos. No quedó otra opción que dejar una abertura (estoma) en el abdomen, a la que fijaron el colon para que las heces pasaran a través de ese orificio y se recogieran en una bolsa de drenaje fuera del cuerpo.
Cuando la familia y el propio Emilio se estaban acostumbrándose a la nueva situación, la vida dio un nuevo giro de tuerca y el paciente tuvo que volver a ingresar en el hospital por sufrir una obstrucción en el intestino, lo que terminó en una sepsis (infección generalizada), que llevó a Emilio a permanecer en la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) durante dos meses y medio.
Su estado fue tan crítico que hubo de priorizar salvar su vida frente a otros cuidados. Lo que impidió que al paciente se le pudieran hacer cambios posturales. El resultado fue que aparecieron varias escaras: en el sacro (hueso situado en la parte inferior de la columna vertebral), los talones y los dedos gordos de ambos pies.
Las úlceras por presión que sufrió eran de un grado dos, es decir, no muy graves, pero la del talón derecho presentaba una situación muy preocupante: un grado cuatro, máxima gravedad. Cuando los cirujanos vasculares observaron la lesión, le comunicaron que tendrían que amputar el pie.
Emilio era una persona diabética y con problemas de circulación, esas patologías previas hacían que el caso fuera mucho más complicado. En el hospital habían recomendado que recibiera curas con Betadine (un antiséptico) para que la lesión se secara y se pudiera programar la intervención.
Pero aquel día, en aquella reunión en la que se discutió su caso, decidieron que no, que iban a ir a por todas: iban a luchar por recuperar ese talón. Un talón negro como el mismísimo carbón.
Primero fue Lidia quien intervino. Puso tanto entusiasmo que contagió al resto del equipo. Sus palabras fueron como una ficha de dominó capaz de arrastrar al resto de sus compañeros. El fisioterapeuta se ocuparía de la rehabilitación y sus compañeras de terapia ocupacional de lograr que volviera a tragar.
Ah, y un pequeño detalle que todavía no habíamos adelantado: Emilio también había desarrollado una disfagia (dificultad para tragar) tras su estancia en el hospital.
El equipo salió de la reunión dispuesto a emplear todos sus conocimientos para conseguir que Emilio cumpliera su objetivo: volver a su casa junto a su mujer.
¿Pecaron de optimistas? Quizá sí. Pero cuando se lo pregunto a Lidia ella no lo duda. “La amputación ya la teníamos. En el peor de los casos, ya sabíamos que se podría optar por ella, pero por qué no intentar curar esa úlcera cuando él lo que más deseaba era volver a casa caminando”, explica Lidia.
Cómo se curó una úlcera por presión de máxima gravedad
Y eso fue lo que hicieron: fijarse un objetivo, desarrollar un plan y ponerse manos a la obra.
La primera vez que Lidia se enfrentó a la herida supo que la tarea no sería fácil. “Una placa negra ocupaba todo el talón”, recuerda.
Lo primero que hizo fue sacar una foto para poder hacer un seguimiento día a día de su evolución. Utilizaron tratamientos para controlar la infección y para favorecer la eliminación del tejido malo, en este caso necrótico, y conseguir que la herida quedara completamente limpia. “Para ello, hemos empleado diferentes pomadas y parches. Lentamente logramos que el tejido de granulación, que es el tejido bueno, creciera. Ese tejido fue rellenando la cavidad que tenía el talón y, posteriormente, apareció la piel. Tardamos tres meses para que el talón se cerrara por completo”, recuerda Lidia.
Todas las mañanas, después de la ducha, un equipo formado por tres enfermeras, que se iban alternando en las curas, se ponía manos a la obra. Y todos los días hacían una foto a la herida para que Emilio pudiera comprobar su evolución. Cuando se la enseñaban, su respuesta siempre era la misma: “Yo creo que en 15 días me voy a casa”, decía.
La repetía con cada cura, y el equipo se fue acostumbrando a ella. Hasta el punto que cuando Emilio la decía, no podían impedir que se les escapara una sonrisa. Luego Lidia tenia que templar su entusiasmo, repitiéndole por enésima vez que la herida se curaría, pero que tenía que tener paciencia porque el proceso iba a ser largo.
Ejercicio, alimentación y autonomía
Uno de los objetivos que tenían que controlar era evitar que talón sufriera algún tipo de presión. Para ello, utilizaron cojines antiescaras, taloneras y, finalmente, una bota ortopédica. “Se trata de una bota que está diseñada para algunas operaciones de traumatología. No está diseñada para esto, pero a nosotros nos vino bien porque nos permitía que Emilio pudiera caminar sin apoyar el talón. Así el fisioterapeuta pudo comenzar con los ejercicios de rehabilitación”, explica Lidia.
Si querían que el sueño se cumpliera, necesitaban que el paciente recuperara la movilidad que había perdido en el hospital. Lentamente, y con mucho esfuerzo, fue ganando fuerza y de la silla de ruedas pasó al andador y del andador al bastón. Además de los ejercicios, Emilio debía recorrer el pasillo del centro un número concreto de veces al día. Su familia, que le visitaba por la mañana y por la tarde, participaba con él en los desafíos.
Todo este proceso fue apoyado por un refuerzo de la alimentación. “Le empezamos a dar batidos híper proteicos y la terapeuta ocupacional comenzó con la rehabilitación de la disfagia. Era muy importante que comenzara cuanto antes con una dieta de masticación, porque, como no le gustaban los purés, comía muy mal”, comenta Lidia.
Además de conseguir que Emilio volviera a masticar, la terapeuta tuvo otro objetivo. Tenía que enseñarle a vestirse por sí mismo. En concreto, a abrocharse los botones. Una tarea nada sencilla, dado que le habían amputado dos dedos de la mano izquierda. Tampoco podía cortar los alimentos. “Él tuvo que aprender a hacerlo utilizando el cuarto dedo”, señala Lidia.
Después Lidia y sus compañeras tuvieron que enseñarle a cambiarse la bolsa de colostomía. “Yo hablaba mucho con él. Y le comentaba que, en cualquier momento, durante un paseo, por ejemplo, podía tener una fuga y su mujer no estar cerca, por eso debía ser capaz de cambiarse la bolsa él mismo. Y acabó haciéndolo”.
La curación completa de la úlcera tardó seis meses. Pero ese camino no siempre adoptó una trayectoria ascendente. Dos ingresos de Emilio en el hospital interrumpieron el progreso. Cada ingreso supuso comenzar de nuevo.
Toda esa experiencia logró reforzar al equipo. “Creo que este caso consiguió algo muy importante: unirnos mucho más”.
Al final, Emilio cumplió su deseo: regresar a su casa con su mujer, como siempre había querido, y salió andando, apoyado en un coqueto bastón.
Lidia tiene esa imagen grabada en su mente. Cierra los ojos y la recuerda con mucho detalle. No ha olvidado la ropa que llevaba Emilio ni cómo se apoyaba en su mujer ni el color del bastón. Lo recuerda todo. Lo recuerda todo porque Emilio removió algo muy importante en su vida: la razón por la que se hizo enfermera. Una decisión que tomó aquel día que ingresaron a su tía, cuando solo era una cría. Esta vez sí había podido ayudar a una persona. Y con ella, a sí misma.
Fecha de publicación: 18 mayo 2023
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