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Ictus: residencia y cuidados a domicilio
Cómo el diseño de un programa, adaptado a cada etapa, puede ser la clave para la recuperación de un caso complicado
Para afrontar un ictus es necesario recibir los cuidados adecuados, que pueden combinar los proporcionados en una residencia con los que se reciben en el domicilio. Un largo proceso hasta alcanzar el objetivo final: volver a ser independiente. A través del testimonio de Guillermo, te invitamos a descubrir cómo se desarrolló su viaje. Cómo fue su evolución y cómo, a lo largo del camino, surgieron nuevos retos. Mar León, auxiliar del servicio a domicilio bluaU Senior, nos explica algunas de esas etapas.
Conociendo a Guillermo
Hay veces que la vida te golpea con tanta contundencia que nadie espera que te sobrepongas: ni tú mismo, ni los médicos, ni las personas que más quieres. Pero hay veces que esa misma vida, que ha actuado con tanta dureza, deja que un hilo de aliento permanezca en ti y que ese hilo dé paso a otro hilo, y ese otro a otro más, así hasta tejer una nueva vida que te gusta más que la primera.
Eso fue lo que le ocurrió a Guillermo Requena, un hombre de 69 años, ingeniero de Telecomunicaciones, jubilado, que veía como su existencia se le escapaba hasta que un ictus le dio la estocada final. Ese último periodo se borró de su memoria. Cuando le preguntas por él, no recuerda nada. Varios meses eliminados de un plumazo.
Pero, sorprendentemente, algo permaneció, aunque él no fuera consciente. Y ese algo le llevó, en un momento dado, a coger una cuchara y a tomar por sí mismo su primer puré. Esta imagen, toda una proeza, marcó un punto de inflexión en su recuperación, y con ella se abrió paso un Guillermo renacido, que a nuestro protagonista le gusta más que el primero.
“Le conocí en el peor momento de su vida. En aquella época yo trabajaba en la residencia, en la tercera planta, donde están todas las personas más dependientes, las que necesitan ayuda para todas las actividades de la vida diaria. Me acuerdo de él cuando se sentaba en el sofá. Le preguntabas: ‘Guille qué tal estás’, y él se te quedaba mirando y no contestaba, pero siempre tenía una sonrisa”, comenta Mar León, auxiliar del servicio a domicilio de Sanitas bluaU Senior.
Para Guillermo todo ese período, unos tres meses, está en blanco. Ni tan siquiera sabe cómo llegó al Centro Residencial Henares de Sanitas Mayores. Y todo lo que ocurrió previamente también ha desaparecido de su mente.
Guillermo solo reconoce que antes de sufrir el ictus su salud se fue deteriorando. “Pasé la pandemia aislado en casa y comiendo muy poco. Llegué a una situación extrema en la que no me importaba mi vida. No me acuerdo cuando me dio el ictus, ni cuando me llevaron al hospital. Estuve un mes en el hospital de Sevilla y tampoco recuerdo absolutamente nada. Tan solo empecé a tener recuerdos después de llevar tres meses en la residencia”, explica.
Fue su hija quien, después de que le dieran el alta en hospital de Sevilla, decidió su traslado a Alcalá, la localidad en la que vive y en la que residió su padre durante 30 años. También fue ella quien decidió ingresarle en el Centro Residencial Henares para que continuara con su recuperación.
Durante aquel periodo no se albergaban muchas esperanzas respecto a su estado. “Cuando llegó, era una persona completamente dependiente: había que darle de comer, había que llevarle al baño, acostarle, ducharle. Él no podía hacer nada por sí mismo. Ni ponerse de pie. Un día dejamos un plato junto a una mesita, que poníamos a su lado para darle de comer, y la compañera que estaba encargada de alimentarle fue a buscar la cuchara, cuando regresó, Guillermo estaba comiendo solo. Había cogido la cuchara de la persona que se sentaba a su lado y había empezado a comer”, recuerda Mar.
Tras comentar el hecho con la doctora del centro, empezaron a observarle para ver si era capaz de comer solo más veces. También comenzaron a levantarle para ver si podía caminar.
En ese tiempo, todavía no hablaba y cuando intentaba andar tenía mucha inestabilidad. “Comenzó a levantarse solo y teníamos que ir detrás diciéndole que no lo hiciera porque podía caerse. Y él nos miraba sorprendido, con cara de: por qué me dicen eso, si yo solo quiero andar. A partir de ahí, comenzó a mejorar. Tenía esa actitud de querer hacer las cosas por sí mismo, y le cambiaron a una planta donde las personas son menos dependientes”, asegura Mar.
Fue en ese piso donde Guillermo recobró parte del conocimiento. Ahí comenzó a despertar. “Veía a personas vestidas de blanco, pero no sabía quiénes eran. Sí recuerdo que eran muy amables conmigo, aunque, a veces, me regañaban. Me decían que tenía que comer y que no me levantara porque me iba a caer. Cuando me quedaba solo, tomaba la iniciativa de ponerme de pie y me caía al suelo”, explica.
A pesar de que, poco a poco, se iba recuperando, y ya era capaz de comer y de andar por sí mismo, Guillermo recuerda que fue un periodo difícil porque él quería abandonar ese lugar. Se pasaba el día buscando la salida.
Su evolución continuaba y volvieron a cambiarle de planta. Esta vez le trasladaron al segundo piso, en el que están las personas que no necesitan ayuda. “Ahí empecé a hablar con todos los residentes y con las auxiliares. Empecé a darme cuenta de la situación y a sacar fuerzas”, recuerda.
El fisioterapeuta le diseñó unos ejercicios para que los hiciera todas las mañanas, pero Guillermo hacía muchos más. “Soy un fanático de la bicicleta, pero, al principio, no sabía montar: el fisioterapeuta me volvió a enseñar. Y ahora he vuelto a andar en bici. Con los ejercicios cognitivos pasó lo mismo. Todos los días me daban una serie de problemas, y yo les pedía más porque me daba cuenta de que eso me ayudaba”.
Comienza una nueva etapa en la residencia
Guillermo se adaptó muy bien a la vida del centro. Empezó a hacer amigos. Charlaba con todos. “Me asombraba tanto cuidado, tanto cariño. El personal de la residencia me ganó rápidamente”, afirma.
Su paso por las distintas plantas del centro y su sorprendente recuperación, le convirtieron en un residente muy popular. “Cuando iba en el ascensor, todas las personas que me veían me saludaban. Me decían: ‘yo te conozco de la tercera planta’ o ‘yo me acuerdo de cuando estuviste en la cuarta’. A mí me encantaba entablar relación con todos. De estar solo y medio abandonado en mi casa, a estar en un ambiente así… Eso fue lo que me dio la fuerza”, dice.
La recuperación fue avanzando y llegó un momento en que Guillermo se planteó salir del centro de forma independiente, pero se encontró con un problema. Debido al estado en el que entró en la residencia, su hija tuvo que decidir que ingresara en el centro y un juez ordenó su incapacidad.
Ahora que Guillermo quería entrar y salir sin contar con nadie, había que poner en marcha el proceso inverso. La trabajadora social del centro se encargó de comunicárselo al juzgado y de organizarlo. “Tuve una entrevista por vídeoconferencia con un juez, un fiscal y un médico. Me hicieron una entrevista larguísima. El juez me dijo que me veía muchísimo mejor que la primera vez y que iba a autorizar que saliera libremente del centro cuando quisiera”, precisa.
Poco a poco, Guillermo fue madurando dar un paso más: vivir en un piso. La neuróloga le recomendó esperar seis meses.
También tuvo que convencer a su hija. “Ella me dijo que estaba de acuerdo con que me marchara, pero que tenía que asegurarla que iba a estar tan bien como en la residencia. Tuve que diseñar un plan y hablar con la doctora del centro. Después, tardé dos meses en decidirme porque, como me sentía a gusto, no quería irme”.
Así fue como Guillermo tomó su primera decisión importante: quedarse en Alcalá. No solo porque ahí vive su hija, con quien ha recuperado su relación, sino porque “quiere estar cerca del centro que le ha devuelto la vida”.
“Por los profesionales que me han atendido de maravilla, pero también por los residentes”, añade.
Comenzó así otra nueva etapa en la que tuvo que aprender todo otra vez. “Es como si me hubieran soltado en la Luna y me hubieran dicho: búscate la vida”.
Cuando Guillermo salió de la residencia necesitó mucho apoyo. Tuvo que hacer muchísimas gestiones, cambiar de domicilio, volver a sacarse el DNI, solicitar la ayuda a la dependencia. Gestiones y más gestiones, y él no podía hacerlo solo.
Por eso, cuando comenzó su nueva vida, tuvo que apoyarse en el servicio a domicilio de bluaU Senior. Y es ahí cuando los caminos de Mar y Guillermo se volvieron a cruzar.
“Cuando acudí a su piso no sabía de quién se trataba. Pero cuando me abrió la puerta le reconocí enseguida. Le dije: ‘Pero Guille si eres tú”. Y él me dijo: Ese moño lo conozco yo. Fue muy bonito”, recuerda Mar.
Y se abrió un nuevo periodo de adaptación, en el que él no estaba seguro de nada. Tuvo, por ejemplo, que volver a aprender que significaban los semáforos.
“Una de las cosas más importantes de mi trabajo es saber escuchar qué necesidad tiene cada persona. Guillermo no se sentía seguro en su toma de decisiones. El buscaba en mí un apoyo que le diera seguridad. Hay que tener en cuenta que había estado en una residencia, donde no había tenido que ocuparse de organizar una casa ni de hacer la compra ni la comida ni de hacer gestiones, y ahora tenía que volver a hacer todas esas cosas”, añade Mar.
Mar se convirtió en ese apoyo al que consultar, los martes y los jueves, durante dos horas media a la semana.
También comenzó a organizar sus citas médicas y a acompañarle a las consultas. “Él siempre quiere que vaya con él por si olvida decir algo importante, entonces, yo lo puedo completar. También porque me ocupo de recoger la información que transmiten los médicos”, aclara Mar.
Guillermo sigue mejorando: su lenguaje cada día es más amplio y su memoria cada vez funciona mejor. Y ya ha comenzado a salir solo. Su evolución hace que Mar se sienta muy orgullosa de su trabajo. “Me gusta comprobar que cada vez es más independiente. Que, por ejemplo, tiene confianza conmigo, que me cuenta lo que ha hecho con su hija, y que me lo cuenta con ilusión. Eso me hace sentir bien porque creo que yo también he contribuido a que haya tenido esta evolución tan positiva. Incluso los médicos nos han dicho que su mejoría ha sido impresionante. Siento que formo parte de esa evolución, y para mí es una satisfacción grandísima”, dice con orgullo.
El apoyo que recibe Guillermo lo completa con una cuidadora que acude a su casa, de lunes a viernes, cinco horas y media al día.
¿Cómo quiero que sea esta nueva vida?
Después de salir del centro residencial, Guillermo ha seguido reflexionando sobre cómo quería vivir. Sus hábitos han cambiado y también su actitud con la gente. “Salí con una mochila que contenía cosas nuevas. Todo lo que aprendí en el centro me lo he traído”, señala.
En esa mochila, se encuentra lo que él denomina sus pilares: hacer ejercicio físico, potenciar aspectos cognitivos, seleccionar las actividades relacionadas con el ocio, leer, tomar la medicación y cuidar la nutrición. “Alimentarme bien es muy importante porque recuerdo lo que me pasó cuando dejé de comer”.
Guillermo también aprendió lo que era ser mayor. “Me he dado cuenta de que hace falta mucha ayuda entre nosotros. Lo importante que es la dedicación a los demás, sobre todo, a las personas mayores. Sé que todo el tiempo que dedique a las personas mayores será insuficiente. Por eso, los sigo visitando todos los meses. De hecho, la Nochevieja la pasé en la residencia, y estuve muy contento cenando con todos. Ahí me siento útil y querido”.
Guillermo quiere cerrar la entrevista con unas reflexiones. Las has preparado minuciosamente.
- Después de haber vivido diez meses en la residencia, me he dado cuenta de la importancia que tiene ser mayor. Es una etapa importantísima de la que hay que disfrutar y, desde luego, la residencia es el sitio ideal para ello. Yo solo conozco una residencia, de las otras no puedo hablar. Pero de ésta, que es mi referencia, sí puedo decir que todo ha estado bien, más que bien, fenomenal.
- Una residencia no es un lugar para aparcar a una persona, como algunas personas piensan. Estos centros también se pueden utilizar para que alguien se recupere de algún tropiezo físico o cognitivo, como me pasó a mí. Son centros para una estancia corta o larga.
- Recordaría a las familias que tienen seres queridos en las residencias, y también a las personas de la calle que dediquen un poco de tiempo a los mayores. No hace falta que sea mucho. Antes de entrar en una residencia, yo no sabía lo importante que era hablar con una persona mayor. Ahora ya lo sé. Por eso, me gustaría que la gente se concienciara.
Y si tuviera que resumir todos esos puntos en una sola frase me quedaría con: “Dediquemos tiempo a nuestros mayores”.
Para una persona que entró en el Centro residencial Henares sin poder hablar ni valerse por sí mismo, no está nada mal ¿verdad?
Fecha de publicación: 13 abril 2023
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