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Cómo volvió a tragar una persona con disfagia y alzhéimer

Tras aplicarle una terapia de estimulación, esta paciente pudo cambiar los triturados por una dieta blanda

A medida que el alzhéimer avanza, muchas personas suelen desarrollar disfagia o dificultad para tragar, lo que les limita mucho su calidad de vida. En una etapa, en la que los estímulos son muy escasos, volver a masticar puede suponer un gran aliciente. En este artículo, Carmen Capel, terapeuta ocupacional del centro residencial Sanitas Mirasierra, nos explica cómo, tras aplicar una terapia de estimulación, logró que Adara, nuestra protagonista, volviera a comerse una tortilla de patatas.

Dando de comer a Adara

Hoy hace un día bonito de verdad. Raquel mira a través de la cristalera del comedor la luz que se cuela en el jardín y mientras coloca unas sillas se le ocurre una idea: subir a Adara a la terraza para darle de comer.

Adara es una mujer de 80 años, que acaba de ingresar en el centro residencial de Sanitas Mirasierra, donde Raquel trabaja como auxiliar.

Tiene un cutis perfecto, blanquísimo, y unos luminosos ojos azules. Además, es tan risueña. A pesar de que tiene alzhéimer en fase severa y de que ya no puede andar ni hablar, no ha perdido la sonrisa, y eso a Raquel la deshace.

El problema es que Adara tiene disfagia o dificultad para tragar, y darle de comer es un calvario. Raquel tarda más de una hora en conseguir que se termine el triturado, pero lo peor es que ve cómo sufre. A veces, se duerme y otras no traga la comida.

Cuando Adara cierra los ojos, Raquel no puede seguir alimentándola porque podría en riesgo su seguridad. Y cuando la comida se le queda detenida en la boca y no va ni para adelante ni para atrás, entonces, tiene que llamar a Carmen Capel, terapeuta ocupacional del centro.

Carmen se encarga con paciencia de que abra la boca y de sacarle la comida, y luego Raquel vuelve a empezar.

Este ritual se repite en el desayuno, en la comida y en la cena.

Tanto Raquel como Carmen están preocupadas: temen que la disfagia avance y que no quede más remedio que ponerle una sonda para seguir alimentándola.

Esa tarde, Carmen ha quedado con el marido de Adara, Pablo, quien se sigue ocupando de su esposa. La cuida con tanto cariño que a Carmen y a Raquel les gusta observarles cuando ellos no se dan cuenta.

Todas las tardes viene a verla, la saca a pasear, le acaricia la mano, y ella vuelve a sonreír.

Carmen le comenta a Pablo los problemas que Adara tiene para comer. Él la escucha, y se arruga, como si la disfagia fuera un peso más que le cayera sobre sus hombros.

Pero Carmen tiene un plan. A ella los casos de disfagia no la amilanan. Le gusta enfrentarse a ellos. Así que le propone a Pablo que le deje trabajar con su esposa: quiere probar una terapia de estimulación. Su objetivo es lograr que Adara no empeore.

Pablo asiente, aunque, como más tarde confesaría a Carmen, con poca fe.

Al día siguiente, Carmen comienza con el programa.

En primer lugar, busca un lugar en el que no haya ruidos para que Adara no se pueda distraer. Un sitio en el que estén solas. A algunos de sus pacientes les pone música, pero con ella esta táctica no funciona porque se duerme enseguida.

Así que esa mañana, la lleva a la terraza.

Cómo aplica Carmen la terapia de estimulación deglutoria a Adara

-Lo primero que hace Carmen es saludarla y comentarle lo que va a hacer para poder conectar con ella. Adara, a pesar de que no habla y ya no entiende lo que le dicen, siempre sonríe.

“Yo siempre le comento antes lo que voy a hacer. Por ejemplo, le digo: ‘ahora te voy a poner un poco de cremita y te voy a dar un masaje’, y durante unos diez minutos le voy masajeando por fuera la cara y la garganta. Luego, sigo con la zona cervical y le corrijo la postura para que esté derechita”, explica Carmen.

-Para el siguiente paso, Carmen se cambia de guantes y procede a dar un masaje por el interior de la boca. “No le pido que me la abra porque sé que no lo va a hacer. Así que con mucho cuidado le meto el dedo en la boca. No me resulta muy difícil porque no tiene la boca apretada. Y, entonces, comienzo a hacer circulitos en los laterales, en la zona de los carrillos. Hago ese proceso durante unos cinco minutos”.

Cuando acaban los círculos, comienzan los estiramientos. “Para este proceso, introduzco el dedo índice y el corazón en el lateral interno, suavemente, y con el pulgar, desde fuera, tiro del músculo para estimularlo”.

Durante esta tarea, Carmen tiene que permanecer muy atenta porque Adara podría morderla. “Es que no entiende lo que le estoy haciendo, por eso, tengo que estar alerta y retirar el dedo cuando veo que ella va a morder”.

-Una vez que ha finalizado este proceso, hace lo mismo que ha hecho con los dedos, pero con un cepillo de dientes. “Le froto por dentro, pero muy suavemente. Cuando le pongo el cepillo sobre la lengua, Adara lo muerde. Entonces lo que hago es dejarlo quieto para que ella lo suelte. Cuando le meto el cepillo por el lado derecho, ella lo busca, y, de esta forma, consigo que juguetee con su lengua. Así estimulo este músculo, que es muy importante a la hora de tragar”, detalla.

Estimulación mediante temperatura

Llega el momento en que Carmen juega con los cambios de temperatura. “Para este proceso utilizo una bolsa térmica. Saco la bolsa del frigorífico y se la pongo sobre los laterales de la cara para conseguir una vasoconstricción. Al principio, aunque le avisaba de lo que iba a hacer, ella se sorprendía y ponía unas caras. Ahora, cada vez se sorprende menos, creo que ya se ha acostumbrado. Con estas tácticas de estimulación facilitamos la vasodilatación y la vasoconstricción, jugando con el aumento y la disminución del riego sanguíneo”.

Después, sigue con los alimentos.

Para poder comer, Adara necesitaba que todos los alimentos líquidos tuvieran una textura tipo néctar, eso quiere decir que pueden beberse en un vaso y que si se les deja caer forman un hilo fino. “Comenzaba, por ejemplo, con un poco del puré, luego le daba algo dulce, como un zumo de melocotón, luego mojaba su cepillo de dientes con limón, ella lo chupaba y tragaba”.

El limón estimula mucho la deglución (proceso de tragar) porque logra que las glándulas produzcan más saliva, favoreciendo la creación del bolo.

Esta sesión dura 30 minutos, y se la aplica cuatro días a la semana.

Carmen comenzó trabajando con Adara durante un mes, en una hora que no coincidiera con la comida.

Durante ese periodo, para que se comiera el primer plato, el segundo y el postre triturado necesitaba 45 minutos. Después de trabajar con ella, durante dos meses, esos 45 minutos se redujeron a 30 minutos.

Fue, entonces, cuando decidió probar a darle una croqueta. Adara se la comió rápidamente. Fue visto y no visto. Esa misma tarde, Carmen le dio un plátano que, por cierto, no estaba muy maduro.

Adara se lo comió sin problema.

Carmen siguió valorándola hasta que observó que había llegado el momento de cambiarle la dieta. “Ya no hacía falta que tomara triturados, podía comer una dieta de fácil masticación”, explica.

Eso significa que ya pueden ofrecerle tortilla de patata, patata cocida, lasaña, canelones, incluso, un bollito. Porque Adara ya es capaz de masticar y tragar sin riesgo.

Para una persona con alzhéimer en fase severa, que ya responde a pocos estímulos, volver a recuperar el placer de comer una croqueta o un trozo de tortilla es volver a reencontrarse de nuevo con esos sabores que le hicieron feliz.

Una felicidad que se extiende a otros momentos. Tanto que, ahora, su marido le cuenta a Carmen que la nota más despierta.

“A Adara le gusta mucho comer, y lo pasaba muy mal porque no podía tragar. En esos momentos, apretaba mucho la boca porque notaba que se le salía la comida. Imagínate lo mal que lo pasaba”, recuerda Carmen.

Esta tarde, cuando Pablo venga verla, le traerá una sorpresa: un pastel blandito de crema.

Adara tardará muy poco en comérselo, y Pablo sentirá que la hecho feliz.

Verá sus ojos azules brillando de nuevo, su sonrisa manchada, y esa tarde la sentirá un poquito más cerca.

Fecha de publicación: 31 marzo 2022

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