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Cómo mejorar el comportamiento de una persona con alzhéimer

Un neuropsicólogo analiza un caso real en el que logró despertar el interés de un paciente y disminuir su agresividad

    Como todas las mañanas durante los últimos 15 años, Ramón, un economista jubilado de 85 años, se dirigía al gimnasio, que se encontraba a cinco minutos en coche desde su casa. Bajó por el Paseo de Extremadura y en la glorieta tomó la primera salida, dirección Alcorcón. Una hora más tarde, Ramón se encontraba cerca de Talavera de la Reina, y no sabía dónde estaba ni qué hacía allí. Desde aquel momento, su vida estuvo marcada por aquel incidente.

    Aunque sus despistes no comenzaron ese día, el hecho de haberse perdido supuso un punto de inflexión en su vida. Los problemas de memoria se hicieron más evidentes. No recordaba dónde dejaba las llaves o cuando se dirigía a la puerta, se le olvidaba hacia dónde iba.

    Ramón no era plenamente consciente de sus limitaciones, pero algo en su interior le decía que su vida estaba cambiando.

    Su comportamiento también era distinto. Todo le molestaba. Cualquier pequeño cambio despertaba su agresividad. Si la comida no estaba a su hora, se enfadaba. Si no le compraban el pan que le gustaba, entraba en cólera.

    Su hermano Tomás y los dos cuidadores que se encargan de atenderle no podían con él. No solo les insultaba, también habían tenido más de un encontronazo. Temían que cualquier día su agresividad fuera a más.

    Así que, una tarde, después de una pelea monumental, Tomás llamó a la policía. Los agentes, siguiendo las indicaciones del hermano, le llevaron a un hospital y, desde allí, le ingresaron en un psiquiátrico. Pero, al cabo de una semana, Ramón regresó a casa.

    A partir de ese momento, su actitud fue muy distinta. No quería hacer nada. No se aseaba, no salía de casa; permanecía todo el día tumbado frente al televisor. Ni tan siquiera se sentaba en la mesa para comer con Tomás.

    Por la noche, no dormía. Se levantaba desorientado. Ramón, en esos momentos, no sabía quién era ni dónde estaba ni la hora ni el día… En la oscuridad, se topaba con una persiana y, de forma automática, comenzaba a subirla y a bajarla. Una y otra vez. Sus movimientos instintivos le mantenían ocupado, le tranquilizaban.

    Tomás intentaba no levantarse; se ponía tapones en los oídos para poder dormir. Su hermano no cesaba. Subía la persiana, bajaba la persiana. “Cras, cras”, toda la noche.

    Cuando Charlie, uno de los cuidadores, intentaba detenerle y llevarle a la cama, Ramón se volvía violento.

    – “Déjame en paz. Tú ¿quién eres? Déjame. Vete de aquí”, le gritaba. Y, otra vez, con el traqueteo; persiana arriba, persiana abajo.

    Entonces, Ramón comenzó a desconfiar de todos los que le rodeaban. Su agresividad iba en aumento. Cuando en el hospital le intentaron hace una evaluación psicológica, Ramón no se dejó y se volvió contra el médico. No había sido capaz de dibujar un reloj, y eso le enfadó mucho.

    Rubén, el neuropsicólogo del hospital, comienza entonces a trabajar con su hermano Tomás y con los dos cuidadores, Charlie y José.

    Cuando les preguntó por cómo se había comportado Ramón durante el día, descubrió un patrón de conducta:

    Ramón se vuelve agresivo, verbal y físicamente, si se dan dos circunstancias:

    • Si se le insiste varias veces en que haga algo
    • Cuando se le pide que realice actividades que ya no es capaz debido a sus déficits cognitivos

    En un primer caso, Rubén comienza, entonces, a intentar que duerma por las noches.

    Se establecen unas pautas. Evitar las siestas prolongadas: no más de 20 o 30 minutos. Tanto si Ramón duerme por las noches como si no, Charlie le tiene que despertar a las 9 de la mañana.

    Tomás, su hermano, le intentó convencer para que volviera al gimnasio, pero Ramón se negó. Tras el incidente de Talavera, no volvió a pisarlo. Pero, en cambio, comenzó a dar un paseo diario de una hora. José, el segundo cuidador, le acompañaba todos los días. Y Charlie le animaba a irse a la cama a las 11 de la noche.

    Poco a poco, Ramón va adaptándose a esta nueva disciplina. “Rutinas”, les recomendó Rubén.

    Es muy importante que todos días sean iguales, que se tengan siempre las mismas costumbres. De esta forma, se reduce la incertidumbre y el estrés que provoca enfrentarse a situaciones nuevas, lo que disminuye la posibilidad de que aparezca la agresividad.

    En un segundo caso, para tratar de retrasar el deterioro cognitivo, Rubén puso en marcha un programa de estimulación. Para ello, enseñó a los cuidadores algunas estrategias y ejercicios.

    Ramón se sentaba, mientras José le mostraba unos ejercicios. En el primero tenía que memorizar varias imágenes. De cinco, recordó cuatro: anillo, atardecer, lavadora y coche. Se olvidó del CD.

    En el siguiente, debía encontrar unos caracoles en un dibujo que representaba un jardín. Ahí, Ramón empezó a perder la paciencia. Solo encontró uno, y había tres. Entonces, empezó a quejarse. “Por qué me das estos juegos de niños. Que no quiero hacer nada, hombre. Que me dejes en paz”, contestaba

    José no respondió a sus provocaciones. Rubén, le había entrenado bien. Debía mantener la calma, no subir el tono de voz y desviar su atención hacia otro tema.

    -“Mira Ramón ¿has visto? Ayer ganó el Madrid. Este año va muy bien en la Liga.
    -“El Madrid siempre es el Madrid”, le contestó Ramón con autoridad.
    -“Mira a ver Ramón si te acuerdas de cómo se llaman estas frutas”, le anima José.

    Entonces, toma el lápiz y comienza a asociar la imagen de una naranja con su nombre, luego la del plátano… así hasta cuatro imágenes. Pero en la quinta comenzó a dudar.

    José estaba junto a él, simulando hacer otra actividad, y cuando observó que no avanzaba, le comentó: “Ahora, se pueden encontrar cerezas en cualquier época porque las importan”. Gracias a esa pista, Ramón recordó el nombre y pudo asociar las cerezas a su imagen.

    Por fin, habían dado con el truco: el cuidador debía permanecer junto a Ramón, y cuando se topara con una dificultad, él tenía que proporcionarle una pista para que pudiera seguir adelante con el ejercicio. De esta manera, al lograr que las actividades no superaran su nivel de frustración, se logró mantener la atención de Ramón y que no apareciera su agresividad.

    En el tercer caso, se trató de encontrar una actividad que motivase más a Ramón.

    El fútbol se convirtió en su mejor aliado. Ramón tenía que llevar un seguimiento de la Liga de fútbol adaptada a sus capacidades.

    Debía rellenar dos tablas: una, con los resultados de los partidos que había librado cada equipo, y otra, con su clasificación (qué equipo iba el primero, cual el segundo…) Los datos los extraía de otra hoja, en la que la información estaba claramente indicada. Cuando Ramón se ponía a trabajar en esta tarea, Charlie, su cuidador favorito, siempre estaba cerca para proporcionarle una pista con el fin de que pudiera finalizar el ejercicio.

    “Si un paciente se muestra alterado, es muy importante relacionar ese cambio de comportamiento con la evolución de la enfermedad, no con su personalidad. De la misma forma que el cerebro le impide recordar, también le lleva a actuar de una determinada manera. Ramón no se ha vuelto mala persona, Ramón está asustado porque se da cuenta de que su cerebro no funciona como antes. Como, probablemente, nos pasaría a todos. Lo importante es observar al paciente e intentar descubrir la causa de ese cambio de comportamiento”, explica Rubén Sebastián.

    Fecha de publicación: 9 marzo 2017

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