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Charlar, la mejor forma de activar el cerebro

Un estudio señala que las personas activas socialmente reducen el deterioro cognitivo hasta un 70%

    Valentina llegó a los 90 años repleta de energía. Vivía sola, cocinaba e iba la compra. Su hijo, Andrés, se encargaba de llevar las cosas más pesadas, pero ella se acercaba al supermercado siempre que necesitaba cualquier ingrediente para hacer la comida. Por más que Andrés intentaba disuadirla, ella no desistía. “Con el carrito camino muy segura”, solía decir. Hasta que un día sonó el teléfono.

    Valentina se había roto la cadera. Entonces, todo cambió. A pesar de que se recuperó y volvió a caminar, ya no pudo vivir sola. Una cuidadora la acompañaba en todo momento. Pero, lo peor, es que ya no quería salir de casa.

    Su hijo veía cómo se iba apagando, día a día. Ya no leía, apenas se levantaba del sofá y rara vez las palabras salían de su boca. Andrés le solía decir: Mamá tienes que andar un poquito. Venga da tres vueltas al salón”. Valentina se levantaba y lo recorría con el andador, pero cuando solo llevaba una vuelta, miraba a su hijo y le preguntaba “¿Lo dejo ya?”.

    A Andrés se le partía el corazón observando cómo cada día perdía un poquito más. Hasta que un día, su hijo tomó una decisión.

    Se acercaba el verano, y Andrés le propuso a su madre ir juntos a una actividad sobre cómo crear un huerto en casa. Sabía que sería beneficioso para ella poder salir al jardín y que le diera el aire. Cuando se lo propuso, Valentía no se negó. Estaba tan metida en su mundo, que no reaccionó.

    Andrés necesitaba saber que estaba haciendo por ella todo lo que podía, así que se inscribieron. Al cabo de una semana, Valentina comenzó a conversar. Ya no eran esos monosílabos de antes. Se reía, le regañaba, le decía cómo tenía que plantar los tomates. Andrés observó un verdadero cambio.

    El pequeño mundo de Valentía se vio ampliado. Ahora, hablaba con otras señoras y con las monitoras, que le enseñaban nuevos trucos para cuidar las plantas. Todos aquellos estímulos lograron sacar a Valentía de su ensimismamiento.

    Sin saberlo, Andrés había acertado. Su estrategia estaba en línea con los resultados obtenidos en varias  investigaciones.

    Un estudio, publicado en el Journal of the International Neuropsychological Society, asegura que la mejor medicina para combatir el deterioro cognitivo son las relaciones sociales. Los hallazgos obtenidos en este trabajo señalan que las personas  más activas socialmente redujeron su deterioro cognitivo hasta un 70%, comparado con el que tenían otras personas cuyo círculo era más reducido.

    El estudio siguió a 1.138 personas durante una media de cinco años. Ninguno de los participantes, cuya edad era 79,6 años, tenía demencia al comienzo de la investigación. Para medir su nivel de actividad social, los investigadores utilizaron un cuestionario en el que se les preguntaba sobre el número de encuentros que tenían con familiares o amigos, si participaban en actividades, como el bingo o eventos deportivos, si salían a cenar o realizaban labores de voluntariado o si asistían a ceremonias religiosas. Sus respuestas se contabilizaban y, finalmente, se asociaban con un porcentaje.

    Un aumento de un punto en el dato que medía la actividad social representaba un descenso de un 47% en el porcentaje que recogía el deterioro de la función cognitiva.

    Esta tendencia también se observó en un estudio anterior, que se realizó con los mismos participantes y por los mismos investigadores, en el que se vio que cada vez que la actividad social subía un punto se reducía el riesgo de sufrir una discapacidad física hasta en un 43%.

    Bryan James, uno de los autores del estudio, que investiga en el Rush Alzheimer’s Disease Center de Chicago, asegura que la socialización no solo afecta a la capacidad de pensar, también se vincula con la capacidad de vivir independientemente.

    Estudios previos encontraron que el aislamiento social severo es tan perjudicial como fumar –duplica el riesgo de tener una muerte temprana–. Sin embargo, aquellas personas que cuentan con más relaciones y de más calidad tienen un riesgo más bajo de sufrir una enfermedad del corazón o un ictus. De hecho, tener fuertes relaciones de amistad y conexiones familiares reduce el riesgo de sufrir una muerte temprana más que hacer ejercicio o evitar la obesidad.

    Para los animales sociales, como el ser humano, la falta de contacto resulta estresante, y sufrir un estrés crónico aumenta el riesgo de tener enfermedades cardiovasculares, algunos cánceres, obesidad, enfermedades mentales y adicciones.

    La razón que explica por qué el binomio interacción social más ejercicio funciona tan bien no se conoce con exactitud, pero se cree que estimula la creación de sinapsis –el modo en el que se pasa la información de una neurona a otra– en el cerebro, activa su riego sanguíneo y aumenta la formación de neuronas.

    ¿Qué ocurre si no se cuenta con una extensa red de amigos?

    Existen muchas formas de socializar. La revista Psychology today nos proporciona algunas ideas:

    • Dar una vuelta por tu barrio y aprovechar para saludar a alguna persona que conozcas
    • Cuidar de tus nietos y ayudarles a hacer los deberes
    • Apuntarse a un curso
    • Asistir a un servicio religioso
    • Cantar en un coro o tocar música en un grupo
    • Trabajar como voluntario en un organización caritativa
    • Visitar una exposición con un amigo
    • Practicar un deporte
    • Quedar con un amigo o un familiar para tomar un café
    • Jugar a las cartas o a otro tipo de juego de mesa
    • Caminar, nadar o ir al gimnasio con un amigo

    Valentina había conseguido incluir algunas de estas actividades en su día a día. Pero la mejor de todas, sin duda, era sentarse por las tardes junto a su hijo, en el jardín, mientras observaba sus nuevas macetas.

    Fecha de publicación: 20 marzo 2017

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