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Alzhéimer obsesiones: El paciente insiste en volver a casa

Detrás de este deseo, a veces, se esconde la necesidad de volver al hogar de su infancia o de recibir más atención

Muchas personas con alzhéimer u otro tipo de demencia, que viven en un centro residencial, tienen una obsesión: insisten en volver a casa. Esa petición se convierte para ellos en un mantra que no cesan de repetir y que destroza psicológicamente a sus cuidadores. En este artículo, nuestro psicólogo Juan Luis Vera, del centro Residencial Sanitas Carabanchel, nos ayudará a analizar qué se esconde detrás de estas palabras.

Es invierno. Antonia se abriga bien antes de salir a la calle. Duda entre coger o no el paraguas, lleva tantos perdidos… Mejor lo lleva, no vaya a ser que llueva y lo que le faltaba para esa tos que no termina de irse. Tras remolonear un poco más, termina abriendo la puerta y sale de casa. Como todas las tardes va a ver a su hermana Luisa, que ahora vive en una residencia que está muy cerquita de su domicilio.

Cuando llega, Luisa no la ve. Está sentada en el salón, viendo la televisión. Luisa tiene una demencia tipo alzhéimer en una fase moderada. Esto significa que no sabe en qué fecha estamos, ni tampoco en qué año. La demencia que sufre todavía no le ha afectado a su capacidad para expresarse y le permite entender. Luego, es capaz de mantener una conversación. El problema es que a los 20 minutos no se acuerda de lo que ha dicho y lo vuelve a repetir. Le cuesta mucho mantener la concentración.

-Hola Luisa, ¿cómo estas?, le pregunta su hermana Antonia.

-Bien, bien. Qué alegría verte. ¿Has venido a verme?, le pregunta Luisa.

-Pues claro, como todos los días.

-Ah, sí…

-Pues sí. ¿Es que no te acuerdas? ¿No te acuerdas de que estuve ayer y que traje unas natillas que había hecho en casa?

-¿Me has traído unas natillas?

-No, hoy no, ayer.

-Ah.

-¿Quieres que demos un paseo?

-Bueno.

Luisa y Antonia pasan una tarde tranquila. Como hace demasiado frío y, además, amenaza lluvia, se quedan en la residencia, en un jardín interior. Buscan un rincón tranquilo y allí Antonia le comenta lo que ha hecho de comida esa mañana y, luego, le enseña fotos del pueblo de sus padres –las tiene en el móvil, siempre a mano–. Mientras pasan las imágenes comentan lo bien que lo pasaban durante las vacaciones de verano. Y mientras hablan de lo uno y de lo otro, Antonia aprovecha para limarle las uñas.

Una auxiliar, Sara, de la que ya son amigas, se ha acercado para decirles que ya es la hora de cenar. Antonia comienza a despedirse de su hermana.

-Bueno, Luisa, te dejo con Sara, porque ya es la hora de la cena. Nos vemos mañana. Dame un beso.

-¿Te vas?

-Sí, porque es la hora de cenar. Te dejo con Sara, pero mañana vengo.

-No, no. Llévame a casa. Por favor, llévame a casa.

Luchando con la obsesión de «volver a casa» de su ser querido 

Cuando llega este momento, a Antonia se le parte el corazón. Por más que intenta explicarle a su hermana que mañana volverá, Luisa no para de decirle que la lleve a casa. Para Antonia este momento es muy doloroso.

Sara se queda con Luisa y la intenta calmar. Comienza por explicarle lo que tienen de cena. Ya sabe lo que le gusta a Luisa, así que le comenta algunos de sus platos favoritos que esa noche están incluidos en el menú. Poco a poco, Luisa se calma.

Sin embargo, Antonia se marcha a casa destrozada. Sintiendo que ha traicionado a su hermana. Cada tarde, ocurre lo mismo, y cada tarde le es más difícil dejar a su hermana. Mientras vuelve a casa, agarrándose con fuerza el cuello del abrigo para impedir que el frío le llegue a la garganta, solo escucha esa maldita frase: “Llévame a casa”.

Cuando abre la puerta, sin darse tiempo para quitarse el abrigo, llama a su sobrina, Lourdes, la hija de Luisa.

-¿Lourdes?

-Hola tía ¿qué tal? Me pillas entrando en casa.

-Bien, bien. Todo bien.

-¿Has estado con mi madre? ¿Cómo la has visto?

-Bien, bien. No te preocupes. Está bien.

-Me alegro. Yo iré a verla el viernes.

-Estupendo. A ella le gusta mucho verte, ya lo sabes.

-¿Te pasa algo, tía? ¿Te noto rara?

-Bueno, pues sí. Es que tu madre no para de pedirme que la lleve a casa, y se me parte el corazón cada vez que me lo dice. No sé si estamos haciendo bien.

-Ya… te entiendo. A mí también me lo hace. Yo también me lo pregunto. Pero sabes que no podemos hacer otra cosa. Sabes que en su casa ya no podía seguir viviendo sola. Intentamos por todos los medios contratar a una cuidadora y se negó en rotundo. ¿Cuántas veces hemos tenido que ir a urgencias? Y los ingresos eran terribles para ella. Lo hemos hablado mil veces. Ésta es la única manera. Allí está atendida. Cuentan con un médico que la visita siempre que le ocurre algo: las infecciones de orina, la subida del azúcar del otro día, la tensión…

-Ya lo sé hija, ya lo sé, pero que quieres que te diga, cuando se pone así, es muy duro.

-Lo sé, también lo es para mí. Mira tía, se me ocurre una cosa: ¿y si celebramos las Navidades en su casa? Y si la llevamos a cenar el día de Nochebuena y preparamos todo como cuando vivía en su casa.

-Me parece una idea estupenda. Mañana cuando vaya a verla se lo cuento.

-Perfecto. Avísales también, por favor, a los de la residencia.

-Descuida. Yo me ocupo. Un beso muy fuerte Lourdes.

-Otro para ti, tía.

Luisa vuelve a casa

Llegó el día de Nochebuena. Lourdes y Antonia habían organizado todo en la casa de Luisa, que ya llevaba un año deshabitada. La habían decorado como a ella le gustaba y preparado la misma comida que ella cocinaba. Un poquito de jamón para picar. Una crema de marisco como entrante y de plato principal: pularda rellena de manzana y ciruelas.

Lourdes y su marido se iban a encargar de recoger a su madre en la residencia y llevarla a casa, su casa. Allí estaría esperando el resto de la familia. En total 14 personas.

Cuando Luisa entró en casa, llegó al comedor, vio la mesa y a todas esas personas sentadas, mirándola, dijo que no quería sentarse, que la dejaran, que la llevaran a casa. Por más que Antonia y Lourdes le dijeron que ésa era su casa, Luisa no paraba de repetir: “Quiero irme a casa, quiero irme a casa. Esta no es mi casa”. No hubo manera de tranquilizarla.

Apenas había pasado una hora desde que Luisa había dejado la residencia, cuando Lourdes y su marido entraban otra vez con ella.

¿Por qué Luisa no ha reconocido su propia casa?

Juan Luis Vera, psicólogo del centro residencial Sanitas Carabanchel, nos lo explica.

“Cuando Luisa reclama ir a su casa, lo que está diciendo es que quiere volver a la casa en la que estaba su madre, a la casa de cuando era pequeña. Está reactivando otro momento vital”.

Sin embargo, la llevaron a su última casa, un lugar que ya no reconoce, porque para ella su casa ahora es la residencia, el espacio en el que se desenvuelve día a día, en el que tiene sus rutinas.

“Lo que ocurre”, continúa Juan Luis Vera, “es que Luisa ha comenzado a desconectar del presente, ha comenzado a perder los recuerdos más actuales. Sin embargo, los recuerdos de la infancia, de la adolescencia y de la juventud, sobre todo, los que han tenido un impacto emocional grande, ya sean positivos o negativos, son los que más perduran. De hecho, Luisa confunde a su hermana con su madre y a su hija con su hermana; ella vive en una época anterior. La idea de “su casa” le da seguridad. Cuando Luisa reclama ir a “su casa”, lo que quiere es volver a la casa en la que estaba su madre, a la casa en la que vivía cuando era pequeña”.

En ese momento, Juan Luis recomienda a los familiares que no le digan que no la van a llevar a su casa. “Es mejor decirle que no se preocupe porque va a volver a su casa, pero que primero se tiene que recuperar, y de esta forma la persona se queda tranquila. Si se le niega, no lo entenderá y se le puede hacer mucho daño”.

Cuando se producen estas situaciones a veces es muy útil tener un álbum de fotos para conectar con ese momento vital en el que vive la persona. “Con las fotos podemos recordarles esa época, explicarles qué ocurría. Recomiendo que no se obcequen en hacerles preguntas sobre quién es ése que aparece en la foto, porque es posible que no se acuerden y eso les puede generar angustia. También ponerles música de aquella época les puede ayudar a conectar con ese momento”, afirma Juan Luis Vera.

Pero no todos los pacientes se comportan como Luisa. Hay personas para los que “llévame a casa” es solo una frase vacía que repiten como un “mantra”. “A estos pacientes es fácil distinguirlos porque cuando repiten esta frase, la dicen sin angustia”, aclara Juan Luis.

Otras veces, la frase responde a una necesidad emocional que necesitan satisfacer. “Es una forma de decir quiero estar más cerca de mi familia, quiero que me escuchen, sentir más cariño. Entonces, si hablas con esa persona, si estás con ella, si la sacas, por ejemplo, al jardín, si conectas emocionalmente con ella, le estás dando lo que realmente necesita y deja de repetir esa frase”.

Cuando Juan Luis se enteró de lo que había ocurrido con Luisa, estuvo hablando con su hija Lourdes. No olvida sus palabras: “Nos hemos dado cuenta de que realmente éramos nosotros los que teníamos la necesidad de llevar a casa a mi madre. Éramos nosotros los que nos sentíamos culpables y necesitábamos aliviar nuestra culpa de esta manera”, recuerda.

Unas palabras que a Juan Luis no le sorprendieron porque uno de los problemas emocionales más frecuentes a los que se enfrenta el cuidador es la culpa. “Tenemos que llegar a los cuidadores para aliviarles esa culpa que sienten, para ayudarles a descargar esa mochila que llevan y que es innecesaria. Tan grande y tan pesada. Hay muchos cuidadores que lo están haciendo muy bien y, sin embargo, se sienten culpables por necesitar ayuda para poder cuidar de sus seres queridos. Sienten que les están fallando. Cuando experimenten esos sentimientos, tienen que buscar ayuda; buscar asesoramiento a través de profesionales”, concluye Juan Luis.

 

Fecha de publicación: 18 diciembre 2019

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