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Teresa Marquina comenta por qué vive en un apartamento tutelado

La escritora, cuya primera novela, “La verbena”, acaba de reeditarse, analiza su obra y este nuevo periodo de su vida

    La escritora Teresa Marquina ha iniciado una nueva etapa en su vida. Ha decidido vivir en los apartamentos tutelados Arturo Soria y, además, acaba de reeditarse su primera novela, “La verbena”. Vive esta nueva fase con ilusión, como todos los giros importantes que ha tomado. En este artículo, hacemos un repaso de su obra, nos explica cómo está viviendo este nuevo periodo y nos confiesa en qué se está inspirando para seguir escribiendo, suponiendo que desee concluir lo que acaba de empezar.

    No sé si recordáis una entrevista que Rosa Montero le hizo al actor Harrison Ford durante el rodaje de una de las películas de la serie Indiana Jones. La periodista comenzaba el texto confesando desde el primer momento la debilidad que sentía por él. Pues bien, salvando las distancias, esto mismo es lo que me ha sucedido con la escritora Teresa Marquina.

    La entrevista debía haber tenido lugar hace unas semanas, pero por una de esas bromas pesadas que te gasta el e-mail, mi solicitud cayó en la bandeja de SPAM. Pasaban los días, y yo, ajena a lo que estaba ocurriendo, no obtenía respuesta. Pero ese tiempo de silencio, al final, fue una bendición. Porque antes de que se produjera nuestro primer encuentro, casi había terminado de leer “La verbena”, su primera novela, que ahora Renacimiento acaba de reeditar.

    Cuando la vi, sentí que ya la conocía. Mucho más que eso, sentí que era mi amiga. Compartíamos secretos, y muchas de sus vivencias pude hacerlas mías. Así que en cuanto la tuve cerca, no pude reprimir las ganas de preguntarle por Mario, su ex marido en la ficción, sobre cómo no había llegado a odiarle, y me olvidé de la entrevista, que luego retomamos cuando, satisfecha mi curiosidad, cerramos el capítulo de las confidencias.

    -¿Podría explicarme cómo surgió su vocación de escritora? Su primer libro, “La verbena”, se publicó en 1981, cuando usted ya tenía 48 años.

    -En realidad, nunca tuve vocación de escritora. Para mí ser escritora no es una afición o vocación sino un objetivo de vida. Una entrega absoluta como la de mi abuelo Eduardo Marquina (poeta y dramaturgo) y la de su hijo Luis, mi padre, director de cine y guionista. Fue guionista porque también era escritor, pero no se atrevió a exteriorizarlo más allá del ámbito del cine. Ser hijo de Eduardo Marquina era, para él, un peso excesivo… La cuestión es que yo he vivido la constancia de ambos, su dedicación, su esfuerzo, la incertidumbre ante el estreno de una obra de teatro o la dificultad de adaptar un guión al gusto del productor… Todo ello produjo en mí un gran respeto hacia el oficio de escribir, por no decir una distancia. No, no, de niña no pensé nunca en ser escritora, qué va. Escribía cartas, porque en aquella época todo el mundo escribía cartas y a mis hermanos y a mí (también a mi abuela y a mi madre) se nos daba bien. Yo de lo que tenía vocación, en realidad, era de no dar golpe, casarme con un príncipe azul y tener muchos niños. Es para lo que nos educaban en el colegio.

    -Y, entonces ¿cómo surge “La verbena”?

    “La verbena” fue fruto de una depresión, de mi primera depresión, cuando ni siquiera sabía lo que era eso. Se me había desmoronado el matrimonio, se me desmoronaba mi vida laboral, y eran demasiados desmorones juntos. Sufrí altibajos, pero dentro de lo que cabe lo llevaba bien. Es que yo no sé vivir amargada mucho tiempo, me aburre. Creo que es cuestión de genes. Siempre me ha acompañado el sentido del humor que reinaba en casa. Ese humor un poco de “La Codorniz”[1], de Tono y Mihura, Jardiel Poncela, etcétera. Lo mismo que llevé esa diversión e ilusión a mi matrimonio, las incorporé también al mundo de la empresa. Lo que pasa es que ilusión significa ser ilusa… Y siendo ilusa te llueven batacazos. Aquel día, recién muerta la Yaya (mi abuela) me sentía especialmente triste, y como remedio me dije: voy a hacer un flan. Lo malo es que no sabía la receta y además no había huevos en la nevera, con lo cual agarré la Olivetti de la Yaya – planita y maravillosa- que acababa de engrasar y comencé a escribir bobadas, para probarla. Al día siguiente, otro capítulo con más bobadas. Así hasta que me salieron veinticinco y lo finiquité, no sin alguna que otra huelga de brazos caídos por falta de convencimiento. La sorpresa fue que me lo publicó Plaza & Janés y fue un exitazo.

    [1] “La Codorniz” fue una revista que cultivó el humor blanco y el absurdo, y en la que colaboraban escritores, cineastas y dibujantes. Se publicó en España, desde1941 a 1978. Entre sus directores se encontraba Miguel Mihura.

    -¿Qué ocurrió luego? ¿Cómo llegó a su segundo libro, “Mechas”?

    -Después de varios intentos fallidos, llegué a él por otra clase de casualidades. Siempre he sido la persona que ha recogido la voz del abuelo. Si algún o alguna tesista venía a documentarse, yo me encargaba de atenderle. Una vez vino una chica y para su tesis tuve que bucear en más de una carpeta. (Yo había clasificado y archivado todo su legado y el de mi padre, ahora donados a la Biblioteca Nacional de España) Buscando, buscando, di de bruces con los diarios de Eduardo Marquina. Andrés Amorós estaba a punto de publicar “Correspondencia a Eduardo Marquina”, en la que se recogen las cartas a mi abuelo de Galdós, Clarín, Unamuno, Rubén Darío, Picasso, Dalí, Falla, García Lorca, entre otros. Pensé que estos diarios podrían ser un bonito apéndice. Se lo comenté a Beatriz Hernanz -quien a su vez había escrito una espléndida tesis sobre la recepción crítica del teatro de Eduardo Marquina- y me dijo que de ninguna manera, que esos diarios, o parte de ellos, los publicara yo no como documentalista, sino como nieta. Fue inútil resistirse. Me convenció. Y quise hacerlo: quería rescatar del olvido la figura de mi abuelo, tan ignorada como tergiversada. Y me dije: ‘no voy a hablar de él, sino con él’. Y empecé a contarle cosas desde una peluquería en la que entré por azar y me hicieron las mechas. Le fui contando cosas de las peluqueras, la mayoría inventadas. Quise traerlo a mi barrio y a mi tiempo, entreverando sus preocupaciones con las mías y con las que vivía España en aquel momento. Mezclé realidad y ficción. Un disparate, ahora que lo pienso, pero salió bien.

    -Tras varias colaboraciones en revistas y algunos relatos, llega el tercer libro: “No sé si morirme o publicarlo”.

    -En la vida todo arranca cuando arreglas cajones y te das cuenta de las cosas que tienes, las que faltan y las que sobran. Observé que los relatos guardados, retocándolos un poco, no estaban mal. Por otra parte, la colaboración que venía prestando a la revista “Sol Ixent”[1] desde hacía un tiempo, me estimulaba un poco el tecleo, por así decirlo. Pensé en recopilar dichos relatos más todo lo que había publicado en diversos medios, y al final salió un libro divertido que a Mercedes Monmany[2] le encantó y quiso presentarlo.

    -Ahora se vuele a editar “La verbena” ¿cómo ha surgido este proyecto?

    -Pues, ya ves. Cosas que pasan. Yo estaba empeñada en volver a editar “Días de infancia y adolescencia”, de mi abuelo, que retrata sus vivencias en el último tercio del siglo XIX en su ciudad natal, Barcelona. Un libro de memorias que había empezado en 1940 y que su muerte en 1946 truncó de cuajo. Él quería llamarlo “Yo y mis cosas”. La editorial Juventud, en 1964, decidió publicar esas primeras vivencias, y por eso le cambió el título. Es una maravilla, un libro precioso. Mi idea era recuperarlo y se lo propuse a Mercedes Monmany cuando me presentó “No sé si morirme o publicarlo”. “Bueno, bueno; pero primero lo que hay que hacer es reeditar “La verbena”, me respondió. Y me conectó con Christina Linares, de Renacimiento.

    -¿A los 89 años se tiene el mismo espíritu que a los 20?

    -El mismo espíritu, pero limado por el tiempo. Me quiero más y me preocupo menos, pero a la vez soy más precavida. Cuando eres joven te lanzas a la piscina sin agua, en cambio ahora bajo por la escalerita.

    -¿A qué saben los 89 años?

    -A agrio, por el Mycostatin que estoy tomando desde el día que los cumplí. Es una cosa para el paladar, que cura las llaguitas que a veces salen.

    En ese momento, nos miramos y nos reímos. Teresa Marquina tiene esas salidas, ese humor chispeante, como sus ojos llenos de vida. Sus salidas encierran mucha verdad, y dichas así, con esa ligereza como de estar por casa, aligeran cualquier pregunta que se le haga.

    -Hacerse mayor –continúa- sabe mal en todos los sentidos, aunque a mí la muerte me importa un pepino y no le tengo miedo. Lo que me preocupa son los achaques, la poca calidad de vida, el que no me dejen practicar la eutanasia por mucho testamento vital que haya firmado.

    -Recientemente ha comenzado una nueva etapa en su vida al decidir vivir en un centro residencial ¿Cómo conoció los Apartamentos tutelados Arturo Soria?

    -Por una multa tardía que le pusieron a mi hija Begoña por aparcar mal y quiso recurrirla. Le acompañé a Tráfico. Como me horrorizan estos trámites y hacía calor, crucé de acera ya que estaba más fresca. Por hacer tiempo, vi este edificio y entré a echarle un ojo.

    -¿Por qué ha decidido vivir aquí?

    -Pues porque me gustó nada más entrar. Siempre pensé en que “de mayor” me iría a una residencia. Todo menos ser una carga y una lata para mis hijos. Y tampoco sabría vivir con ellos ni con nadie, soy demasiado independiente. Como te dije, me cautivó el ambiente de esta casa, el piano, Yolanda – la directora- y sobre todo, el apartamento que me enseñó. Pensé que ya era suficientemente “mayor” para dar el paso, así que se lo dije a Bego, le pareció buena idea y aquí estoy.

    -¿Tomó la decisión en ese momento?

    -No. Volví a verlo con mi hija varias veces. Había que hacer números. Y había primero que probarlo, así que me vine una semanita a primeros de julio, antes de irme de veraneo a Cadaqués.

    -¿Qué es lo más le gusta de este lugar?

    -El emplazamiento. Se encuentra en mi barrio, esta zona es muy entrañable para mí. El edificio, el jardín y la piscina. Aquí, me siento como en mi casa pero atendida. Lo que más me gusta de todo es dormir y dedicarme a no hacer nada o casi nada. No tener que ir a la compra ¡es una liberación! El espíritu que aquí reina es muy importante. Te voy a contar un ejemplo. Tenemos un grupo muy divertido en el que caben tres generaciones y nos reunimos los martes. En respuesta a la película “Los lunes al sol”, lo llamamos “Los martes alcohol”. Hay gente muy interesante. La mujer de Fernando Múgica, Blanca Soto, que tiene una galería, uno de esos martes quiso acompañarme y se empeñó en descubrir mi nuevo hábitat. Estábamos un poco chispa y además era la una de la madrugada. “No es el momento, Blanca, es muy tarde”, le dije al llegar. Pero hizo caso omiso y entró conmigo. Y he aquí que la recepcionista, no sólo no nos puso mala cara sino que se ofreció a enseñarle toda la planta baja con la sonrisa en los labios. ¡No se me olvidará nunca la imagen! Una imagen que vale más que mil palabras.

    -¿Tener un médico en el centro le hace sentirse más segura?

    -Sí. Y sobre todo este médico, que es entrañable y un recreo para la vista. Sientes que te conoce, se preocupa por ti, tiene un sentido del humor muy fino y sabe transmitirlo.

    -¿Cómo es su vida en los apartamentos?

    -Cada día amanezco más tarde, de lo relajada que estoy. A las nueve menos cuarto me dejan el desayuno en la mesa del saloncito. Yo, todavía en la cama, dejo la puerta entreabierta y no me levanto hasta que veo la bandeja. Es un gusto. Luego salto de la cama y desayuno. Un café cargadito, zumo de naranja, el kiwi, una naranja y una barrita de pan tostado integral con aceite y mermelada. O con mantequilla. Cuando termino, disfruto recogiendo y ordenando mi casita, A mediodía, me voy a dar un paseo por el Puerto de Santa María y a ver el mar, que diviso desde la calle Jaenar.

    Teresa Marquina ha visto mis ojos, que, a pesar de la mascarilla, deben ser un poema, y rápidamente me dice: “Que no, que no me he vuelto loca. Detrás hay un barrio que se llama así en el que las casas parecen más blancas y recuerdan a los pueblos de la costa. Desde algunas bocacalles se ve un horizonte azulado que parece el mar, y tengo amigas que piensan lo mismo”.

    Sigue contándome su día a día:

    -A las dos almuerzo en mi mesita, que a esa hora tengo reservada para mí sola, lo que me encanta. Luego subo al apartamento para ver los titulares del telediario y me echo una hora de siesta. Después, improviso. Escribo un poco o quedo con amigas o voy a un cine, yo qué sé. A las ocho ceno, esta vez acompañada. Me chifla el pastel de salmón que a veces hacen. Es una suculencia.

    -¿Y qué es lo que menos le gusta?

    -Pues, no lo sé. Que veo a algunos/algunas colegas no muy en forma, con limitaciones de salud y pocas ganas de conversación, quizá. Amigas con las que charlotear y reírse sí tengo. Pero no amigos, con alguna excepción. Aquí hay poco género masculino, y el que hay lo veo averiado o huidizo. Yo de los señores he sido siempre partidaria y hasta hace poco, enamoradiza. Me enamoraba del hecho de estar enamorada, más que del sujeto. Ahora cultivo al amigo, más que al hombre. Todo tiene su momento.

    -De los libros que ha escrito, ¿cuál regalaría a los amigos que tiene aquí?

    – “No sé si morirme o publicarlo”, porque es un libro de relatos sin ningún nexo entre sí, por lo que puedes dejarlo y no pierdes el hilo. A estas alturas, todos andamos regular de memoria y de la vista…

    -Aprovechando que es el Día del libro, ¿qué recomendaciones nos podría dar?

    -A mí me encanta releer, por eso recomendaría dos libros: “La mandolina del capitán Corelli”, de Louis de Bernières, y “La uruguaya”, de Pedro Mairal.

    -¿Está trabajando en algo nuevo?

    -El binomio «Teresa Marquina-Apartamentos tutelados Arturo Soria» me ha movido a explicarlo, o al menos intentarlo. No se trata -o no se trata solo- de describir a los seres que viven aquí, sino también de cómo va transcurriendo mi vida entre ellos. Al principio, a falta de conocimiento, me dio por fantasear y me inventé unos personajes de ficción que, dicho sea de paso, ahora me estorban… O sea, otro disparate, como muchos de los míos.

     

    Hace días que he terminado “La verbena”. La echo tanto de menos que incluso he vuelto a leer los prólogos, el de la primera y el de la segunda edición. Me gustaba tenerla cerca. Si el día iba mal, me decía a mí misma: “no te preocupes, luego te lees unas páginas de “La verbena”, a ver si dice algo del italiano”…Todavía no he sido capaz de dejar los dos libros en la estantería. A veces, me giro y los veo, comparo las portadas, entorno los ojos y me pregunto: ¿qué estará haciendo ahora Teresa Marquina?

    [1] La revista “Sol Ixent”, de Cadaqués, ha vuelto a editarse. Esta publicación nació en 1923.

    [2] Mercedes Monmany es escritora, crítica literaria, traductora y editora.

     

    Fecha de publicación: 21 abril 2022

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