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La actividad física reduce el riesgo de desarrollar alzhéimer

Promueve la formación de sustancias antiinflamatorias y antioxidantes que pueden proteger contra cambios cerebrales relacionados con el envejecimiento

La neuróloga Carmen Terrón, del Hospital Universitario Sanitas La Zarzuela, explica en esta entrevista la importancia de la actividad física en la salud de las personas. Son tantos los beneficios que menciona que resulta difícil entender cómo un tercio de la población reconoce no realizar ningún tipo de ejercicio. De hecho, en Europa, el sedentarismo es el principal factor de riesgo para desarrollar alzhéimer.

-Un tercio de la población no realiza ninguna actividad física, a pesar de que la inactividad es la cuarta causa de enfermedad global ¿Por qué la actividad física tiene una influencia tan directa en la salud?

Lo primero que me gustaría aclarar es que no debemos ver la actividad física como algo ajeno a nosotros «que es conveniente realizar». La actividad física forma parte de nuestra fisiología como seres humanos. Nuestra evolución como especie en los últimos dos millones de años se ha desarrollado, entre otros factores, gracias a que se ha realizado un ejercicio físico aeróbico de forma habitual.

Por ello, recomendar a la población que realice una actividad física regular, es recomendar que nuestro cuerpo desarrolle la actividad que lo ha modelado evolutivamente, tanto desde el punto de vista global, como, muy especialmente, cerebral.

La inactividad física es un factor de riesgo para numerosas enfermedades de las categorizadas como «no transmisibles». En los últimos años, las tasas de inactividad han aumentado de manera paralela a las de obesidad, que es una forma de malnutrición. Ambos factores están muy relacionados con el desarrollo de hipertensión arterial, diabetes, hipercolesterolemia, así como con cardiopatía isquémica y patología cerebrovascular, que son las dos primeras causas de muerte de manera global.

¿Cuáles son los factores de riesgo de la enfermedad de Alzheimer?

Los científicos que investigan acerca de la enfermedad de Alzheimer han centrado su interés en los últimos años en identificar factores que nos predisponen a desarrollar esta enfermedad.

Seguro que muchos de nosotros conocemos casos de personas que tenían buenos hábitos de salud, tanto física como intelectual, pero que han padecido una demencia. Los profesionales sanitarios debemos evaluar los factores de riesgo en la población como un todo, más allá de los casos particulares. Después de estudiar estos factores, sabemos que existen dos tipos fundamentales: factores de riesgo modificables y factores de riesgo no modificables.

Los factores de riesgo no modificables son aquellos sobre los que no podemos actuar. Inevitablemente, van a incrementar la posibilidad de que presentemos una enfermedad de Alzheimer. Entre ellos, se encuentra el factor de riesgo más importante para el desarrollo de esta enfermedad: la edad. Otros factores de riesgo no modificables son los genéticos. En algunos casos, como en el del gen de la ApoE, pueden actuar como predisponentes. También existen mutaciones genéticas hereditarias que determinan el desarrollo de la enfermedad (suponen menos del 1% de los casos).

Pero lo que realmente ha supuesto un gran avance en los últimos años es el conocimiento de la influencia de aquellos factores sobre los que sí podemos actuar: factores de riesgo modificables. Los principales son: bajo nivel educativo, el sedentarismo y la obesidad, los factores de riesgo vascular (hipertensión arterial, diabetes, dislipemia) y factores tóxicos como el tabaquismo y el consumo de alcohol. Este tipo de factores podrían ser responsables de un 30% de los casos de enfermedad de Alzheimer.

En el mundo, el factor principal de riesgo modificable es el bajo nivel educativo, pero en nuestro medio, Europa y en EEUU, es el sedentarismo. Esto es algo que nos debe hacer reflexionar como sociedad, y a cada uno de nosotros como individuos, debido a la responsabilidad que implica sobre las generaciones que vienen detrás.

-Usted ha destacado que se ha conseguido disminuir la mortalidad cardiovascular en un 30%, mientras que la mortalidad por enfermedad de Alzheimer se ha incrementado en un 71% ¿en qué nos estamos equivocando?

No creo que nos estemos equivocando en nada. Hemos avanzado muchísimo en salud pública. La esperanza de vida actual es, evidentemente, mejor que hace cien años. Simplemente, debemos continuar mejorando, tenemos mucho trabajo por delante, pero debemos hacer bien esta labor y construir nuevas prioridades.

Estudios epidemiológicos (que estudian las causas que originan las enfermedades humanas y que habitualmente evalúan a un gran número de personas) demostraron hace años la importancia de buscar y tratar preventivamente problemas como la hipertensión, la diabetes o el colesterol elevado para evitar otros, como el infarto de miocardio y el ictus. Y lo conseguimos.

Ahora tenemos un desafío similar, pero con otro objetivo. Nuestra población vive más, por lo tanto hay más casos de enfermedad de Alzheimer (recordemos que la edad es el principal factor de riesgo) y, evidentemente, hay más casos de muertes atribuibles a esta patología.

Debemos plantearnos un enfoque desde dos puntos de vista:

  • la búsqueda de un tratamiento curativo
  • el desarrollo de estrategias de concienciación para prevenir la enfermedad de Alzheimer, tanto por parte de la sociedad como de las autoridades y profesionales sanitarios.

¿Podría explicarnos en un lenguaje sencillo cómo la actividad física mejora la función cognitiva de las personas ancianas?

Cuando planteo esta misma pregunta a profesionales sanitarios y a la población en general, la respuesta más racional y frecuente es generalmente la misma: dado que la actividad física mejora la función cardíaca, mejora el flujo sanguíneo y mejora todo.

Eso es parcialmente cierto. Efectivamente, la actividad física mejora el control de la hipertensión arterial, la diabetes mellitus y disminuye la probabilidad de presentar obesidad y dislipemia. Al mejorar la llegada de sangre al cerebro, éste funcionará mejor.

Pero, en absoluto, es únicamente eso. Es mucho más, y ese «más» es fascinante. Cuando una persona realiza actividad física genera sustancias que directamente ayudan a que haya más conexiones entre neuronas (sinapsis) y que se desarrollen nuevas neuronas, lo que se denomina neuroplasticidad. Porque, frente a lo que comúnmente hemos creído, el cerebro es plástico. Pueden formarse nuevas neuronas y nuevas conexiones entre ellas gracias, entre otros factores, a la actividad física. Conocemos la existencia de estas sustancias neurotróficas (proteínas que favorecen la supervivencia de las neuronas) y su mecanismos de acción.

Además, la actividad física promueve la formación de sustancias antiinflamatorias y antioxidantes que pueden proteger contra cambios cerebrales relacionados con el envejecimiento.

Algunos estudios recientes también han demostrado cómo la actividad física puede disminuir el depósito de la proteína amiloide, implicada en la patogenia (origen y desarrollo) de la enfermedad de Alzheimer.

Fecha de publicación: 27 marzo 2019

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